Descripción
Elga Reátegui –periodista, novelista y poeta—nos ofrece su sexto poemario titulado El ecosistema de las hormigas. Llamativo por su resonancia científica, resulta, como se puede comprobar tras la lectura de los treinta y dos textos que lo componen, una buena elección. Las hormigas son animales minúsculos que excavan sus túneles bajo tierra y viven sometidas a una estricta organización jerárquica, trabajando duramente y comunicándose entre sí con miras siempre al bien de la colonia, obviando las individualidades. Es sencillo establecer un paralelismo entre estos insectos y los seres humanos que hoy viven (vivimos) dejándonos atropellar por el ritmo de vida que nos imponen la sociedad y el trabajo –no siempre dirigido al bien común-, sin tiempo para detenernos a escucharnos, ni a nosotros mismos ni a los demás. El ecosistema de las hormigas es una reflexión sobre la soledad, el autoengaño, el vértigo: sobre la incomunicación, sustantivo que dará nombre a uno de los poemas en que se habla de islas de afonía. Aparecerán a lo largo del poemario personas/personajes con la intención del cambio que intentan romper sus cadenas, pero no lo lograrán: no pueden salirse de la ruta y acaban regresando a la comodidad de su jaula. El miedo a la libertad, que diría Fromm. La mirada lúcida de la poeta revela un saber antiguo anclado en reconocer la propia ignorancia (¿Qué se yo lo que es bueno para mí? dirá en “Tuya es….”) y en detectar los lastres que nos impiden liberarnos: el miedo, el apego, la verborrea (traición de los grafemas la llamará en “Punto Crítico”) para ocultar la verdadera palabra capaz de conectar profundamente.
Pero en medio de ese tono algo opresivo, Reátegui contempla una posibilidad de redención, que no puede ser otra que el amor en sentido amplio, lo que llama bellamente el espacio cuántico de la ternura. Dirá: hay un tiempo para los milagros. Mucho más si son de amor. Pero su concepto va más allá del romanticismo edulcorado y lleno de oropeles que nos venden las películas: no en vano refleja también en sus poemas las dificultades de las relaciones de pareja, una vez más por la incomunicación. El amor al que ella alude es más cósmico, más amplio, más profundo. Es La Unidad. Cada cual, con sus deidades interiores y su voluntad, es el agente capaz de llegar a ella. Así lo expresa en el poema “Totalidad”, que recoge el verso que da título al poemario. Escribe: Eres tú el límite de obrar milagros: convencer a la Luna/de la delicia de un café/por las mañanas,/abrir la voz al compás/de las esferas,/recostarte a leer poesía/sobre las brasas. Anima la autora a disfrutar de las pequeñas cosas que el aquí y ahora ofrece (el café, por ejemplo) para llegar a lograr desapegarse del cuerpo hasta el punto de poder alimentar el alma leyendo poesía sin sentir la quemazón de las brasas bajo la espalda. Elga Reátegui nos propone, en el último poema, “El infiel”, comenzar un romance con nosotros mismos, que, como diría Oscar Wilde, durará toda la vida. Y solo el amor, ya sabemos, nos salva de la incomunicación. Bueno, no solo el amor: también la poesía.
Pilar Verdú (prologuista de la obra)